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—Señorita, se va a resfriar. Está empapada y...

—Simona, tengo que encontrarle un hogar a Susto. Eric no quiere que esté aquí.

La mujer cierra los ojos y asiente, pesarosa.

—Sabe que me lo quedaría en mi casa, pero el señor se molestaría. Lo sabe, ¿verdad? —Asiento, e indica—: Si quiere, podemos llamar a los de la protectora de animales. Ellos seguro que se lo encuentran.

Le pido que me localice el teléfono. No queda otro remedio. No entro en la casa. Me niego. Si veo a Eric me lo como en el mal sentido de la palabra. Camino con Susto por el sendero hasta llegar a la enorme verja. Salgo al exterior y juego con el animal, que está feliz por estar conmigo. Las lágrimas asoman a mis ojos y dejo que salgan. Contenerlas es peor. Lloro. Lloro desconsoladamente mientras le lanzo piedras al animal para que corra en su busca. ¡Pobrecillo!

Veinte minutos después, aparece Simona y me entrega un papel con un teléfono.

—Norbert dice que llamemos aquí. Que preguntemos por Henry y le digamos que llamamos de su parte.

Le doy las gracias y saco mi móvil del bolsillo y, con el corazón destrozado, hago lo que Simona me dice. Hablo con el tal Henry y me dice que en una hora pasarán a recoger al animal.

Ya es de noche. Obligo a Simona a entrar en la casa para que puedan cenar Eric y Flyn, y yo me quedo en el exterior con Susto. Estoy congelada. Pero eso no es nada para el frío que ha debido de pasar el pobre animal todo este tiempo. Eric me llama al móvil, pero lo corto. No quiero hablar con él. ¡Que le den!

Diez minutos después, unas luces aparecen en el fondo de la calle y sé que es el coche que viene a llevarse al animal. Lloro. Susto me mira. Una furgoneta de recogida de animales llega hasta donde estoy y se para. Me acuerdo de Curro. Él se fue y ahora también se va Susto. ¿Por qué la vida es tan injusta?

Se baja un hombre que se identifica como Henry, mira al animal y le toca la cabeza. Firmo unos papeles que me entrega y, mientras abre las puertas traseras de la furgoneta, me dice:

—Despídase de él, señorita. Me voy ya. Y, por favor, quítele lo que lleva al cuello.

—Es una bufanda que hice para él. Está resfriado.

El hombre me mira e insiste:

—Por favor, quíteselo. Es lo mejor.

Maldigo. Cierro los ojos y hago lo que me pide. Cuando tengo la bufanda en mis manos resoplo. ¡Uf!, qué momento más triste. Contemplo a Susto, que me mira con sus ojazos saltones y, agachándome, murmuro mientras le toco su huesuda cabeza:

—Lo siento, cariño, pero ésta no es mi casa. Si lo fuera, te aseguro que nadie te sacaría de aquí. —El animal acerca su húmedo hocico a mi cara, me da un lametazo, y yo añado—: Te van a encontrar un bonito hogar, un sitio calentito donde te van a tratar muy bien.

No puedo decir más. El llanto me desencaja el rostro. Esto es como volver a despedirme de Curro. Le doy un beso en la cabeza, y Henry coge a Susto y lo mete en la furgoneta. El animal se resiste, pero Henry está acostumbrado y puede con él. Y cuando cierra las puertas, se despide de mí y se va.

Sin moverme de donde estoy, veo cómo la furgoneta se aleja, y en ella va Susto. Me tapo la cara con la bufanda y lloro. Tengo ganas de llorar. Durante un rato, sola en esa oscura y fría calle, lloro como llevaba tiempo sin hacerlo. Todo es difícil en Múnich. Flyn no me lo pone fácil, y Eric, en ocasiones, es frío como el hielo.

Cuando me doy la vuelta para regresar al interior de la casa, me sorprendo al ver a Eric parado tras la verja. La oscuridad no me deja ver su mirada, pero sé que está clavada en mí. Tengo frío. Camino, y él me abre la puerta. Paso por su lado y no digo nada.

—Jud...

Con rabia me vuelvo hacia él.

—Ya está. No te preocupes. Susto ya no está en tu maldita casa.

—Escucha, Jud...

—No, no te quiero escuchar. Déjame en paz.

Sin más, comienzo a caminar. Él me sigue, pero andamos en silencio. Cuando llegamos a la casa entramos, nos quitamos los abrigos y me coge de la mano. Rápidamente, me suelto y corro escaleras arriba. No quiero hablar con él. Al subir la escalera, me encuentro de frente con Flyn. El niño me mira, pero yo paso por su lado y me meto en mi habitación, dando un portazo. Me quito las botas y los húmedos vaqueros, y me encamino hacia la ducha. Estoy congelada y necesito entrar en calor.

El agua caliente me hace volver a ser persona, pero irremediablemente vuelvo a llorar.

—¡Mierda de vida! —grito.

Un gemido sale de mi interior y lloro. Tengo el día llorón. Oigo que la puerta del baño se abre y, a través de la mampara, veo que es Eric. Durante unos minutos, nos volvemos a mirar, hasta que sale del baño y me deja sola. Se lo agradezco.

Tras salir de la ducha, me envuelvo en una toalla y me seco el pelo. Después, me pongo el pijama y me meto en la cama. No tengo hambre. Rápidamente, el sueño me vence y me despierto sobresaltada cuando noto que alguien me toca. Es Eric. Pero enfadada, simplemente murmuro:

—Déjame. No me toques. Quiero dormir.

Sus manos se alejan de mi cintura, y yo me doy la vuelta. No quiero su contacto.

27

Por la mañana, cuando me levanto, Eric está tomando café en la cocina. Flyn está junto a él, y cuando me ven, los dos me miran.

—Buenos días, Jud —dice Eric.

—Buenos días —respondo.

No me acerco a él. No le doy mi beso de buenos días, y Flyn nos observa. Simona rápidamente me acerca un café y sonrío al ver que me ha hecho churros. Encantada, se lo agradezco y me siento a comérmelos. El silencio es sepulcral en la cocina, cuando por norma soy yo la que habla e intenta sacar tema de conversación.

Eric me mira, me mira y me mira; sé que mi actitud no le gusta. Lo incomoda. Pero me da igual. Quiero incomodarlo, tanto o más como él me incomoda a mí.

Norbert entra en la cocina y le indica a Flyn que se dé prisa o llegará tarde al colegio. Al momento, suena mi teléfono. Es Marta. Sonrío, me levanto y salgo de la cocina. Subo las escaleras y llego hasta mi dormitorio.

—¡Hola, loca! —la saludo.

Marta se ríe.

—¿Cómo va todo por allí?

Resoplo, miro por la ventana y respondo:

—Bien. ¡Ya tú sabes mi amol! Con ganas de matar a tu hermano.

De nuevo, resuena la risa de Marta.

—Entonces, eso significa que todo sigue bien.

Tras hablar con ella durante un rato queda en pasar a recogerme. Quiere que la acompañe a comprarse algo de ropa. Cuando cierro el móvil, al darme la vuelta, Eric está detrás de mí.

—¿Has quedado con mi hermana?

—Sí.

Paso por su lado, y Eric, alargando la mano, me para.

—Jud..., ¿no me vas a volver a hablar?

Lo miro y respondo con seriedad:

—Creo que te estoy hablando.

Eric sonríe. Yo no. Eric deja de sonreír. Yo me río por dentro.

Me agarra por la cintura.

—Escucha, cariño. Sobre lo que ocurrió ayer...

—No quiero hablar de ello.

—Tú me has enseñado a hablar de los problemas. Ahora no puedes cambiar de opinión.

—Pues mira —contesto con chulería—, por una vez, voy a ser yo la que no quiera hablar de los problemas. Me tienes harta.

Silencio. Tensión.

—Cariño, discúlpame. Ayer no fue un buen día para mí y...

—Y lo pagaste con el pobre Susto, ¿verdad? Y de paso me recordaste que ésta es tu casa y que Flyn es tu sobrino. Mira, Eric, ¡vete a la mierda!

Lo miro. Me mira. Reto en nuestras miradas, hasta que murmura:

—Jud, ésta es tu casa y...

—No, guapito, no. Es tu casa. Mi casa está en España, un lugar del que nunca debería haber salido.

De un tirón, me acerca a él y sisea:

—No sigas por ese camino, por favor.