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—Por supuesto. Helga es la mujer con la que hicimos un trío aquella noche en el hotel, ¿verdad?

Mi alemán se muestra asombrado por mi sinceridad.

—Por cierto, Eric —dice Björn—, pasemos un momento a mi despacho. Ya que estás aquí, fírmame los documentos de los que hablamos el otro día.

Sin hablar entramos en un bonito despacho. Es clásico, tan clásico como el que tiene Eric en su casa. Durante unos segundos, ambos ojean unos papeles, mientras yo me dedico a fisgar a su alrededor. Ellos están tranquilos. Yo no. Yo no puedo dejar de pensar en lo que deseo. Los observo, y me caliento. Los cubrepezones me endurecen el pecho mientras los oigo hablar, y me excito. Deseo que me posean. Quiero sexo. Ellos provocan en mí un morbo que puede con mi sentido, y cuando no puedo más, me acerco, le quito los papeles a Eric de la mano y, con un descaro del que nunca me creí capaz, lo beso.

¡Oh, sí! Soy una ¡loba!

Muerdo su boca con anhelo, y Eric responde al segundo. Con el rabillo del ojo veo que Björn nos mira. No me toca. No se acerca. Sólo nos mira mientras Eric, que ya ha tomado las riendas del momento, pasea sus manos por mi trasero, arrastrando mi vestido hacia arriba.

Cuando separa sus labios de los míos, soy consciente de lo que he despertado en él y le susurro, extasiada, dispuesta a todo:

—Desnúdame. Juega conmigo. —Eric me mira, y deseosa de sexo, musito sobre su boca—: Entrégame.

Su boca vuelve a tomar la mía y siento sus manos en la cremallera de mi vestido. ¡Oh, sí! La baja, y cuando ya ha llegado a su tope, me aprieta las nalgas. Calor.

Sin hablar, me quita el vestido, que cae a mis pies. No llevo sujetador y mis cubrepezones quedan expuestos para él y su amigo. Excitación

Björn no habla. No se mueve. Sólo nos observa mientras Eric me sienta sobre la mesa del despacho vestida solo con un tanga negro y los cubrepezones. Locura.

Me abre las piernas y me besa. Acerca su erección a mi sexo y lo aprieta. Deseo.

Me tumba sobre la mesa, se agacha y me chupa alrededor de los cubrepezones. Luego su boca baja hasta mi monte de Venus y, tras besarlo, enloquecido, agarra el tanga y lo rompe. Exaltación.

Sin más, veo que mira a su amigo y le hace una señal. Ofrecimiento.

Björn se acerca a él, y los dos me observan. Me devoran con la mirada. Estoy tumbada en la mesa, desnuda, y con los cubrepezones y el tanga roto aún puesto. Björn sonríe, y tras pasear su caliente mirada por mi cuerpo, murmura mientras uno de sus dedos tira del tanga roto:

—Excitante.

Expuesta ante ellos y deseosa de ser su objeto de locura, subo mis pies a la mesa, me impulso y me coloco mejor. Llevo uno de mis dedos a mi boca, lo chupo y, ante la atenta mirada de los hombres a los que me estoy ofreciendo sin ningún decoro, lo introduzco en mi húmeda vagina. Sus respiraciones se aceleran, y yo meto y saco el dedo de mi interior una y otra vez. Me masturbo para ellos. ¡Oh, sí!

Sus ojos me devoran. Sus cuerpos están deseosos de poseerme, y yo de que lo hagan. Los tiento. Los reto con mis movimientos. Eric pregunta:

—Jud, ¿llevas en el bolso lo...?

—Sí —le corto antes de que termine la frase.

Eric coge mi bolso. Lo abre y saca el vibrador en forma de pintalabios, y se sorprende al ver también la joya anal. Sonríe y se acerca a mí.

—Date la vuelta y ponte a cuatro patas sobre la mesa.

Hago caso. Mi dueño me ha pedido eso, y yo, gustosa, lo obedezco. Björn me da un azotito en el trasero, y luego me lo estruja con sus manos mientras Eric mete la joya en mi boca para que la lubrique con mi saliva. Los vuelvo locos, lo sé. Una vez que Eric saca la joya de mi boca, me abre bien las piernas e introduce la joya en mi ano. Entra de tirón. Jadeo, y más cuando noto que la gira produciéndome un placer maravilloso mientras me tocan.

Con curiosidad miro hacia atrás y observo que los dos miran mi culo, mientras sus alocadas manos se pasean por mis muslos y mi vagina.

—Jud —dice Eric—, ponte como estabas antes.

Me vuelvo a tumbar sobre la mesa mientras noto la joya en mi interior. Cuando mi espalda descansa de nuevo en el escritorio, Eric me abre las piernas, me expone a los dos, y después se mete entre ellas y besa el centro de mi deseo. Me quemo.

Su lengua, exigente y dura, toca mi clítoris, y yo salto.

—No cierres las piernas —pide Björn.

Me agarro con fuerza a la mesa y hago lo que me pide, mientras Eric me coge por las caderas y me encaja en su boca. Gemidos de placer salen de mí, y mientras disfruto con ello, observo que Björn se quita los pantalones y se pone un preservativo.

De pronto, Eric se para, le entrega a Björn el pequeño vibrador en forma de pintalabios, sale de entre mis piernas, y su amigo toma su lugar. Eric se pone a mi lado, me echa el pelo hacia atrás y sonríe. Me mima y me besa. Björn, que ha entendido el mensaje, enciende el vibrador. Eric, cargado de erotismo, murmura:

—Vamos a jugar contigo y después te vamos a follar como anhelas.

Las manos de Björn recorren mis piernas. Las toca. Se acomoda entre ellas y pasa uno de sus dedos por mis húmedos labios vaginales. Después, dos, y cuando los ha abierto para dejar al descubierto mi ya hinchado clítoris, pone el vibrador sobre él, y yo grito. Me muevo. Aquel contacto tan directo me vuelve loca.

—No cierres las piernas, preciosa —insiste Björn, y me lo impide.

Eric me besa. Pone una de sus manos sobre mi abdomen para que no me mueva, mientras Björn aprieta el vibrador en mi clítoris, y yo grito cada vez más. Esto es asolador. Tremendo. Voy a explotar. Mi ano está lleno. Mi clítoris, enloquecido. Mis pezones, duros. Dos hombres juegan conmigo y no me dejan moverme, y creo que no lo voy a poder aguantar. Pero sí..., mi cuerpo acepta las sacudidas de placer que todo esto me provoca y, cuando me he corrido, Björn me penetra, y Eric mete su lengua en mi boca.

—Así..., pequeña..., así.

Ardo. Me quemo. Abraso.

Entregada a ellos, a lo que me piden, disfruto mientras mi Iceman me hace el amor con su boca, y Björn se mete en mí una y otra vez.

Nunca había imaginado que algo así pudiera gustarme tanto.

Nunca había imaginado que yo pudiera prestarme a algo así.

Nunca había imaginado que yo iniciaría un juego tan carnal, pero sí, yo lo he comenzado. Me he ofrecido a ellos y ansío que jueguen, me devoren y hagan conmigo lo que quieran. Soy suya. De ellos. Me gusta esa sensación y deseo continuar. Anhelo más.

El calor es abrasador. Eric, entre beso y beso, dice cosas calientes y morbosas en mi boca, y yo enloquezco de excitación. Mientras, Björn sigue penetrándome sobre la mesa de su despacho una y otra vez, a la par que me da azotitos en el trasero.

Me llega el clímax y grito mientras me abro para que Björn tenga más accesibilidad a mi interior. Eric me muerde la barbilla y, segundos después, es Björn quien se deja ir.

Acalorada, excitada, enardecida y con ganas de más juegos respiro con dificultad sobre la mesa. Eric me coge entre sus brazos, y aún con el tanga roto colgando de mi cuerpo, y la joya anal, me saca del despacho. Traspasamos la vacía oficina y entramos en la casa de Björn. Allí vamos hasta un baño. Éste, que nos sigue, no entra. Sabe cuándo y dónde debe estar, y sabe que ese momento es íntimo entre Eric y yo.

Cuando entramos en el baño, Eric me deja en el suelo. Me quita los cubrepezones, se agacha y, con delicadeza, retira los restos del tanga. Yo sonrío, y cuando se levanta con él en la mano, suelto:

—Está claro que te gusta romperme la ropa interior.

Eric sonríe. Lo tira en una papelera y, mientras se quita la camisa, asegura:

—Desnuda me gustas más.

Con la mirada risueña, pregunto:

—¿La joya?

Eric sonríe y me da un cachete en el culo.

—La joya se queda donde está. Cuando la saque lo haré para meter otra cosa, si tú quieres.

Acto seguido, abre el grifo de la ducha, y ambos nos metemos. El pelo se me empapa y me abraza. No me enjabona.