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—Sí, cariño. Ahora y siempre.

24

Durante los días del tratamiento no va a trabajar. No puede. Desde casa yo le ayudo con los e-mails y respondo como una buena secretaria a todo lo que él me pide. Cuando recibe algún correo de Amanda, siento ganas de degollarla. ¡Bruja! Con curiosidad cotilleo los mensajes entre ellos dos y me parto de risa al leer uno de meses atrás en el que Eric le exige que cambie su actitud en cuanto a él. Le explica que es un hombre con pareja y que su pareja para él es lo primero. ¡Olé y olé mi Iceman! Me gusta ver que le ha dejado las cosas claras a esa lagarta.

En varias ocasiones, deseo meterle la cabeza en la papelera o graparle las orejas a la mesa cuando se pone tonto y gruñón. ¡Es insoportable! Pero, cuando se le pasa, ¡lo adoro y me lo como a besos!

Sonia, su madre, viene a visitarlo y, cuando Eric no está pendiente de nosotros, me anima para que vaya a por la moto de Hannah. Decididamente, voy a ir a por ella. Tras los días de tensión que estoy pasando con Eric, necesito desfogarme. Y saltar con una moto de motocross, para mí, es la mejor opción.

El día de la operación se acerca. A Eric le sube la tensión y yo intento relajarlo de la mejor manera que sé. ¡Con sexo! Una de las noches en las que mi Iceman está tumbado en la cama con un antifaz de gel frío sobre los ojos para que le descanse la vista, decido sorprenderle para que no piense en la operación. Cariñosa, me tumbo sobre él y susurro sobre su boca:

—¡Hola, señor Zimmerman!

Eric se va a quitar el antifaz y yo le sujeto las manos.

—No..., no te lo quites.

—No te veo, cariño.

Acercando mi boca a su oído, musito para ponerle la carne de gallina:

—Para lo que voy a hacer, no me tienes que ver.

Sonríe, y yo también.

—Vamos a jugar a varios juegos quieras o no quieras.

—Vale..., pues quiero —dice con humor.

Lo beso. Me besa, y paladeo su pasión.

—Te explico cómo se juega, ¿te parece? —Eric asiente—. El primer juego se llama «La pluma». Yo la paso por tu cuerpo, y si estás más de dos minutos sin reírte, sin hablar y sin quejarte, haré lo que me pidas, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, pequeña.

—El segundo juego se llama «La caja de los deseos y los castigos».

—Sugerente nombre. Éste creo que me va a gustar —asevera, riendo mientras me agarra por la cintura posesivamente.

Divertida, le quito las manos de mi cintura.

—Céntrate, cariño. En una cajita he metido cinco deseos y cinco castigos. Tú eliges uno, lo leo, y si no me concedes ese deseo, te impongo un castigo. —Eric ríe, y prosigo—: Y el tercer juego trata de que tú te dejes hacer. Por lo tanto, quietecito que yo te hago. ¿Qué te parece?

—Perfecto —dice, alegre.

—Genial. Si veo que no te estás quietecito, te ataré, ¿entendido?

Eric suelta una carcajada y asiente.

—Muy bien, señor Zimmerman, lo primero que voy a hacer es desnudarlo.

Con mimo, le quito la camiseta blanca y el pantalón de algodón negro que lleva. Cuando le voy a quitar los calzoncillos, ¡guau!, ya está empalmado, y la boca se me reseca inmediatamente. Eric es tentador; muy, muy tentador. Sin decirle nada, enciendo la cámara de vídeo; quiero que luego se vea en los juegos. Estoy segura de que le gustará y le hará reír.

Una vez que lo tengo desnudo, cojo una pluma que he encontrado en la cocina. Comienzo a pasársela por el cuerpo. Delicadamente le rozo el cuello, y luego bajo la pluma hasta los pezones, y éstos se ponen duros ante el contacto. Sonrío. La pluma continúa por sus abdominales, rodeo su ombligo, y cuando llego a su pene, un jadeo hueco sale de su boca. Continúo divirtiéndome y los minutos pasan mientras sigo moviendo la pluma por su maravilloso cuerpo. Finalmente, coge mi mano.

—Señorita Flores, creo que he ganado. Ya han pasado más de dos minutos. No sea tramposa.

Miro el reloj y, sorprendida, me doy cuenta de que han pasado siete. ¡Cómo se me pasa el tiempo mientras disfruto de mi adicción! Sonrío y suelto la pluma.

—Tiene razón, señor. ¿Qué desea que haga por usted?

Con un dedo dice que me acerque a él. Sonrío y me agacho.

—Quiero que te desnudes, del todo.

Lo hago. Me quito el pijama y las bragas y, cuando estoy totalmente desnuda, le informo:

—Deseo cumplido, señor.

Sin que pueda verme a causa del antifaz, me busca con las manos, hasta que me encuentra. Su mano toca mi estómago y después sube lentamente hasta mi pecho. Lo rodea y aprieta un pezón con sus dedos.

—Muy bien. Ya he cumplido su deseo. Pasemos al juego siguiente.

—¿El de deseo o castigo? —pregunta.

—¡Ajá!

Cojo la cajita donde he metido varios papelitos y la pongo ante él. Tomo su mano y la introduzco en la caja.

—Coge un deseo, y yo lo leeré.

Eric hace lo que le pido. Suelto la caja e, inventándome lo que pone, digo:

—Deseo una moto. ¿Le importa señor que me traiga la mía de España?

Su gesto cambia.

—Sí, me importa. No quiero que te mates.

Eso me hace soltar una carcajada. Y como no quiero discutir con él, digo rápidamente:

—Muy bien, señor Zimmerman. Como no va a satisfacer mi deseo, le toca coger un papelito de castigo.

Sonríe. Vuelve a hacer lo que le pido y leo:

—Su castigo por no querer cumplir mi deseo es estarse quieto y no tocarme mientras yo hago lo que quiero con su cuerpo.

Asiente. Sé que lo de la moto le ha cortado un poco el rollo, pero así sé yo por dónde cogerlo para cuando me traiga la moto de su hermana.

Con un pincel y chocolate líquido, comienzo a pintarle el cuerpo. La cámara graba, y Eric sonríe mientras yo rodeo sus pezones con chocolate. Luego, hago un camino que rodea sus abdominales, pasa por su ombligo y acaba en sus oblicuos. Mojo el pincel en más chocolate y ahora llego hasta su duro pene. Sonríe y se mueve. Lo pinto con delicadeza y noto su inquietud. Su impaciencia. Una vez que dejo el pincel llevo mi boca hasta sus pezones y los chupo. Paladeo el gusto a chocolate junto a su delicioso sabor. Me deleito. Sigo el sendero que he marcado. Bajo mi lengua por sus abdominales, y Eric hace ademán de tocarme. Cojo sus manos y las retiro de mí mientras me quejo:

—No..., no..., no..., no puede usted tocarme. ¡Recuérdelo!

Eric se mueve nervioso. Le estoy provocando. Rodeo con mi lengua su ombligo, y después, ansiosa, chupo sus oblicuos. Y cuando mi lengua llega a su pene y lo chupo, finalmente jadea. Paso mi lengua con deleite por donde sé que le vuelve loco una y otra vez. Se contrae. Rodeo con mimo su pene y muerdo con delicadeza el aparatito que me hace locamente feliz. Así estoy durante un buen rato, hasta que no puede más y, aún con el antifaz puesto, me exige:

—Fin del juego, pequeña. Ahora fóllame.

Encantada de la vida, hago lo que me pide. Me siento a horcajadas sobre él y, mientras me empalo en su duro, ardiente y maravilloso pene, suspiro; el olor a chocolate y sexo nos rodea. Subo y bajo en busca de nuestro placer con mimo en tanto me abro poco a poco para recibirlo. Pero la impaciencia de mi Iceman puede con él. Se quita el antifaz, lo tira al suelo y, antes de que me dé cuenta, me ha tumbado sobre la cama y, mirándome a los ojos, murmura:

—Ahora el mando lo tomo yo. Pasamos al tercer juego. Ya sabes, amor: estate quietecita o te tendré que atar.

Sonrío. Me besa. Me abre las piernas con sus piernas y sin piedad me vuelve a penetrar, y yo jadeo. Intento moverme, pero su peso me tiene inmovilizada mientras se aprieta con fuerza dentro de mí.

—Una grabación muy excitante —susurra al ver la cámara frente a nosotros.

No puedo hablar. No me deja. Vuelve a meter su lengua en mi boca y me hace suya mientras mueve sus caderas una y otra vez, y yo jadeo enloquecida. El juego le ha sobreexcitado, le ha hecho olvidar la operación y, subiendo mis piernas a sus hombros, comienza a bombear dentro de mí con pasión. Con deleite.