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Me quedé allí aburriéndome mientras Wilbur tiraba de un cordón. Yo asentía y le decía que entendía. Pero no era suficiente, tuvo que enseñarme cómo levar el ancla y soltar amarras del muelle cuando todo lo que yo quería era tomarme otro trago.

Después de todo aquello, soltamos amarras y él se metió en la cabina, al timón del yate con su gorra de marino. Todas las chicas se apelotonaron a su alrededor.

– ¡Oh, Willie, déjame coger el timón!

– ¡Willie, déjame cogerlo a mí!

Yo no le pedí que me dejara el timón. Yo no quería coger el timón. Seguí a Laura a los camarotes de abajo. Era como una suite de hotel de lujo, sólo que había literas en la pared en lugar de camas. Nos acercamos a la nevera. Estaba llena de comida y bebidas. Encontramos una botella abierta de whisky y la sacamos. Nos servimos sendos vasos acompañados de agua. Parecía una vida de lo más decente. Laura puso el tocadiscos y oímos algo titulado El retrato de Bonaparte. Laura tenía buen aspecto. Estaba feliz y sonreía. Me acerqué hasta ella y la besé, subí mi mano por sus muslos. Entonces oí cómo se paraba el motor y a Wilbur bajar las escaleras.

– Vamos a volver -dijo. Parecía muy envarado con su gorra de capitán.

– ¿Por qué? -preguntó Laura.

– Grace está con una de sus depresiones. Tengo miedo de que salte por la borda. No quiere hablarme. Sólo se queda ahí sentada, mirando al agua. No sabe nadar. Tengo miedo de que se tire al mar.

– Mira, Wilbur -dijo Laura-, sólo tienes que darle diez pavos. Tiene carreras en las medias.

– No, vamos a volver. Además ¡habéis estado be-biendol

Wilbur volvió a subir las escaleras. Puso en marcha el motor, dimos media vuelta y pusimos rumbo a San Pedro.

– Esto pasa cada vez que intentamos ir a Catalina. A Grace le entra una de sus depresiones y se sienta mirando fijamente el océano con ese pañuelo atado a la cabeza. Así es como le saca cosas al viejo. Jamás va a saltar por la borda. Le tiene odio al agua.

– Bueno -dije-, por lo menos podemos tomarnos unos cuantos whiskys más. Cada vez que pienso en escribir la letra para la ópera de Wilbur, me doy cuenta de lo miserable que se ha vuelto mi vida.

– Sí, podemos beber todo lo que queramos -dijo Laura-, él ya está cabreado de todas formas.

Jerry bajó y se juntó con nosotros.

– Grace está resentida por esos cincuenta pavos mensuales que le saco al viejo. Cono, no es tan sencillo. En el momento en que ella se va, ese viejo hijo de puta se echa encima mío y empieza a follarme. Nunca tiene bastante. Tiene miedo de morirse y quiere hacerlo todas las veces que pueda.

Se bebió su copa y se sirvió otra más.

– Tenía que haberme quedado de dependienta en Sears. Allí me iban bien las cosas.

Todos bebimos en recuerdo de aquello.

34

Para cuando llegamos al puerto, Grace se había unido también a nosotros. Llevaba todavía el pañuelo atado alrededor de la cabeza y no hablaba, pero bebía. Todos estábamos bebiendo. Estábamos dándole a la priva cuando Wilbur bajó por las escaleras. Se quedó allí parado mirándonos.

– Ahora vuelvo -dijo.

Eso fue a primeras horas de la tarde. Nosotros esperamos y seguimos bebiendo. Las chicas comenzaron a discutir sobre cómo tenían que manejar a Wilbur.

Yo me subí a una de las literas y me puse a dormir. Cuando me desperté ya estaba anocheciendo. Hacía frío.

– ¿Dónde está Wilbur? -pregunté.

– No va a volver -dijo Jerry-, está loco.

– Volverá -dijo Laura-, Grace está aquí.

– Me importa un pijo si no vuelve -dijo Grace-. Aquí tenemos bebida y comida suficientes para mantener a todo el ejército egipcio durante un mes.

Así que allí estaba yo, en el yate más grande del puerto con tres mujeres. Pero hacía mucho frío. Era el relente que salía del agua. Bajé de la litera, me tomé un trago y volví a subirme.

– Coño, hace frío -dijo Jerry-, déjame subir ahí a calentarme.

Se quitó los zapatos y subió a la litera conmigo. Laura y Grace estaban borrachas y discutiendo acerca de algo. Jerry era pequeña y redondita, muy redondita, un cuerpo confortable. Se arrimó junto a mí.

– Caray, qué frío hace. Abrázame.

– Pero Laura… -dije yo.

– Que se joda Laura.

– Quiero decir que puede agarrar un cabreo de cuidado.

– No tiene por qué cabrearse. Somos amigas. Mira -Jerry se incorporó en la litera.

– Laura, Laura…

– ¿Sí?

– Oye, estoy tratando de calentarme, ¿vale?

– Vale.

Jerry volvió a acurrucarse bajo las mantas.

– ¿Lo ves? Ha dicho que vale.

– Pues bueno -dije. Le puse la mano en el culo y la besé.

– Pero no vayáis demasiado lejos -dijo Laura.

– Sólo me está abrigando -dijo Jerry.

Subí la mano por debajo de su vestido y comencé a bajarle las bragas. Era jodido. Cuando ella las echó fuera de una patada, yo estaba más que listo. Su lengua entraba y salía de mi boca. Tratábamos de parecer modositos mientras lo hacíamos de tapadillo. Se me salió fuera varias veces, pero Jerry la volvía a meter.

– No vayáis demasiado lejos -dijo otra vez Laura. Se me volvió a salir y Jerry la agarró apretándomela.

– Sólo me está abrigando -dije yo. Jerry soltó una risita y la volvió a meter dentro. Se quedó allí. Yo estaba cada vez más caliente.

– Tú, zorra -le susurré-, te quiero. -Entonces me corrí. Jerry bajó de la litera y se fue hacia el baño. Grace estaba haciéndonos sandwichs tostados de carne asada. Bajé de la litera y nos pusimos a comer los sandwichs con ensalada de patata, tomates en rodajas, café y tarta de manzana. Todos estábamos hambrientos.

– Qué bien me he calentado -dijo Jerry-. Henry es una buena estufa.

– Yo estoy helada -dijo Grace-, creo que voy a probar un poco de esa calefacción. ¿Te importa, Laura?

– No me importa. Pero no lleguéis demasiado lejos.

– ¿Cómo de lejos es demasiado lejos?

– Ya sabes a lo que me refiero.

Después de comer, subí a la litera y Grace subió conmigo. Era la más alta de las tres. Nunca había estado en la cama con una mujer tan alta. La besé. Su lengua me respondió. Mujeres, pensé, las mujeres son mágicas. ¡Qué seres tan maravillosos! Subí por debajo de su vestido y tiré de sus bragas. Había un largo camino que recorrer.

– ¿Qué estás haciendo? -me susurró.

– Te estoy bajando las bragas.

– ¿Para qué?

– Te voy a follar.

– Sólo quiero calentarme.

– Te voy a follar.

– Laura es amiga mía. Yo soy la mujer de Wilbur.

– Te voy a follar.

– ¿Qué estás haciendo?

– Estoy tratando de meterla.

– ¡No!

– Maldita sea, ayúdame.

– La metes tú solito.

– Ayúdame.

– Métela tú solito. Laura es mi amiga.

– ¿Y qué vas a sacar de eso?

– ¿Qué?

– Olvídalo.

– Mira, no estoy todavía preparada.

– Aquí está mi dedo.

– Ay, con cuidado. Muéstrale a una dama un poco de respeto.

– Está bien, está bien. ¿Es mejor así?

– Así está mejor. Más arriba. Ahí. ¡Ahí! Así…

– No empecéis de trote-pelote ahora ¿eh? -dijo Laura.

– No, sólo la estoy ayudando a calentarse.

– Me pregunto cuándo volverá Wilbur -dijo Jerry.

– Me importa un carajo si no vuelve nunca -dije yo, metiéndosela por fin a Grace. Ella gimió. Era algo bueno. Fui muy lentamente. Midiendo mis sacudidas. No se me salía fuera como con Jerry.

– Tú, podrido hijo de puta -dijo Grace-, cabronazo, Laura es mi amiga.

– Te estoy jodiendo -dije-, siente esta salchicha recorriéndote el cuerpo dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera, flup, flup, flup.

– No hables así, me estás poniendo cachonda.

– Te estoy jodiendo -seguí-, joder, joder, jodida jo-dienda, estamos jodiendo, estamos jodiendo, estamos jodiendo. Oh, es tan guarro, es tan cochino, este joder y joder y joder…