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20. NO SOLO UN ESTÚPIDO MUJERIEGO

Esta vez ya no me asusté tanto. Pero el efecto era igualmente impresionante. Ahora sabía lo que había pasado en el puente. Toda la parte trasera de la camioneta estaba cubierta con papel metálico reflectante, desde la hoja izquierda hasta la derecha, ambas abiertas. Un tríptico mortal. El papel estaba terso, sin arrugas o alabeos, y me vi reflejado en él como el sábado anterior en el espejo de la escalera de mi casa. Cuando Mischkey llegó al puente, allí estaba la camioneta detenida con la parte trasera abierta. Mischkey, enfrentado a los faros que de forma aparentemente repentina se dirigían a él en su carril, dio un volantazo hacia la izquierda, y luego perdió el control de su vehículo. De nuevo recordé la cruz del faro derecho del coche de Mischkey. No la había puesto Mischkey, sino el viejo Schmalz, que con ella reconoció en la oscuridad que tenía que abrir rápidamente las puertas traseras porque llegaba su víctima.

Oí golpes en la puerta del hangar.

– ¡Abran, seguridad de la empresa!

Energía y Tenacidad tenían que haber advertido la luz de mi linterna. El hangar, a lo que parecía, había sido a tal punto para uso exclusivo de Schmalz que los de seguridad no tenían llave. Me alegró comprobar que ninguno de los dos novatos conocía el truco de la tarjeta. A pesar de ello yo estaba en una trampa.

Me quedé con el número de matrícula y vi que habían quitado la marca oficial de identificación de las placas y las habían sujetado con alambre de cualquier manera. Encendí el motor mientras fuera golpeaban en la puerta con mayor energía y tenacidad, y retrocedí con la camioneta, que tenía la superficie reflectante extendida, hasta una distancia de un metro de la puerta. Luego cogí de la mesa una llave inglesa larga y pesada. Uno de mis perseguidores se lanzó contra la puerta.

Me pegué a la pared que estaba junto a la puerta. Ahora me hacía falta mucha suerte. Cuando calculé que vendría el siguiente golpetazo a la puerta, presioné hacia abajo el picaporte.

La puerta se abrió de golpe, con ella el primero de los guardias se precipitó al suelo del hangar. El siguiente se abalanzó tras él con la pistola en alto y se detuvo espantado ante su imagen en el espejo. Al perro pastor se le había enseñado a atacar a todo hombre que amenazara a su dueño con un arma en alto, y saltó contra el papel metálico, que se desgarró. Le oí aullar de dolor en la zona de carga de la camioneta. El primer guardia estaba aturdido en el suelo, el segundo todavía no entendía qué estaba pasando, yo aproveché la confusión, me escurrí por la puerta y me lancé a un sprint en dirección al barco. Había avanzado unos veinte metros sobre la zona de las vías, ya en la calle, cuando oí que Energía y Tenacidad se lanzaban en mi persecución: «¡Alto, deténgase o disparo!» Sus pesadas botas marcaban un compás veloz en el adoquinado, el jadeo del perro estaba cada vez más cercano y yo no tenía ningunas ganas de conocer la aplicación de las ordenanzas sobre el empleo de armas de fuego en el recinto de la fábrica. El Rin parecía frío. Pero no tenía otra elección y salté.

El salto de cabeza a toda velocidad me dio suficiente impulso como para permitirme salir de nuevo a la superficie después de un buen trecho. Volví la cabeza y vi en el muelle a los guardias de seguridad con el perro; dirigían la luz de la linterna al agua. La ropa me pesaba, y la corriente del Rin es fuerte; avancé penosamente.

– ¡Gerd, Gerd! -A la sombra del muro del muelle, Philipp dejó que el barco se deslizara aguas abajo y me llamaba entre susurros.

– ¡Aquí! -susurré yo a mi vez.

Pronto el barco estuvo junto a mí, Philipp me subió a bordo. En ese momento nos vieron Energía y Tenacidad. No sé qué querían hacer. ¿Disparar contra nosotros? Philipp encendió el motor y con un centelleante oleaje de proa viró hacia el centro del Rin. Agotado y temblando de frío, yo me quedé sentado en cubierta. Saqué del bolsillo el paño manchado de sangre.

– ¿Puedes hacerme otro favor y analizar qué sangre es ésta? Desde luego creo que lo sé, grupo O, Rh negativo, pero hay que ir sobre seguro.

Philipp rió sarcásticamente.

– ¿Por ese paño húmedo toda esta agitación? Pero vayamos cosas por orden. Ahora tú te vas abajo, te das una ducha caliente y te pones mi albornoz. En cuanto pasemos de largo la policía fluvial te preparo un grog.

Cuando salí de la ducha ya estábamos a seguro. Ni la RCW ni la policía habían enviado una cañonera tras nosotros, y justo entonces Philipp se aprestaba a maniobrar para entrar en el brazo del Rin antiguo a la altura de Sandhofen. Aunque la ducha me había hecho entrar en calor, todavía temblaba. Había sido demasiado para mi edad. Philipp se había detenido en el antiguo atracadero y entró en la cabina.

– Mi querido amigo -dijo-. Me has dado un buen susto. Cuando he oído que los tipos golpeaban contra la puerta ya he imaginado que algo iba mal. Y no sabía qué hacer. Luego te he visto saltar. Todos mis respetos.

– Ah, sabes, cuando un perro bien entrenado te persigue no te paras a pensar si el agua está demasiado fría. Mucho más importante es que tú hayas hecho lo adecuado en el momento adecuado. Sin ti probablemente me habría ahogado, la única cuestión es si con una bala en la cabeza o sin ella. Me has salvado la vida. Me alegra de que no sólo seas un estúpido mujeriego.

Desconcertado, Philipp trajinaba de un sitio a otro en la cocina de la embarcación.

– Quizá me cuentes ahora qué se te ha perdido en la RCW

– Perdido nada, pero encontrado algunas cosas. Aparte de este asqueroso paño, he encontrado el arma homicida, probablemente también al asesino. De ahí el trapo húmedo. -Con el grog delante le conté a Philipp lo de la camioneta y su sorprendente equipamiento.

– Pero si eso de tirar a Mischkey por el puente es tan sencillo, ¿a qué responden las heridas del guarda veterano? -preguntó Philipp cuando acabé mi relato.

– Deberías haberte hecho detective privado. Eres rápido. Todavía no tengo la respuesta, a no ser que… -Pensé en lo que me había contado la dueña del local de la estación-. La mujer de la estación antigua oyó dos golpes, con poca diferencia. De repente lo vi claro. El coche de Mischkey quedó colgando en la barandilla del puente; entonces Schmalz senior con un gran esfuerzo le hizo perder su precario equilibrio, y así se lesionó. A causa de ese esfuerzo, al cabo de dos semanas, murió de un infarto. Sí, así es como debió de pasar.

– De este modo todo encajaría, también desde el punto de vista médico. Un golpe al romper la valla, otro al chocar contra las vías del tren. Si una persona mayor se excede puede ocurrir que le dé una pequeña embolia cerebral. Nadie se da cuenta hasta que el corazón deja de funcionar.

De repente me sentí muy cansado.

– A pesar de todo, todavía hay muchas cosas que no veo claras. Desde luego que no fue idea del viejo Schmalz matar a Mischkey. Y el motivo tampoco lo conozco. Llévame a casa por favor, Philipp. El burdeos lo bebemos otro día. Espero que no tengas tú problemas por mi escapada.

Cuando doblamos hacia la Sanhofenstrasse desde la Gerwigstrasse un coche patrulla con luz azul y sin sirena pasó a gran velocidad a nuestro lado en dirección ala dársena del puerto. Ni siquiera me volví.