Todos parecen convencidos de que el capellán es el entretenimiento y hazmerreír de la unidad, y no pasa día sin que me hagan víctima de alguna vileza, a veces tan impía como encontrar un ratón en lugar de hostias en el copón de la Eucaristía en plena celebración de la Misa, o ir despertando la hilaridad general porque me ha sido pegoteado sin que yo lo notara un dibujo obsceno a las espaldas, o invitarme a beber cerveza que luego resulta ser orines, y otras cosas todavía más humillantes, ofensivas y hasta riesgosas para mi salud. Mi sospecha de que el propio mayor Zegarra Avalos instiga y atiza estas perfidias contra mí, ha pasado ya a ser certidumbre.

Pongo en su conocimiento estos hechos, rogándole se sirva indicarme si debería elevar una denuncia a la Comandancia General de la V Región sobre la venida de las rameras, o si convendría que usted mismo tomara en sus manos el asunto, o si en aras de intereses conviene guardar piadoso silencio sobre el particular.

En espera de su esclarecido consejo y haciendo votos por su buena salud y mejor ánimo, lo saluda muy afectuosamente su subordinado y amigo,

capitán (ccc) AVENCIO P. ROJAS,

capellán de la Unidad de Caballería número 7 Alfonso

Ugarte, de Contamana. V Región Militar (Amazonía)

Misiva del comandante (CCC) Godofredo Beltrán

Calila, jefe del Cuerpo de Capellanes Castrenses de la V Región (Amazonía) al capitán (CCC)

Avencio P. Rojas, capellán de la Unidad de Caballería número 7 Alfonso Ugarte, de Contamana

Iquitos, 2 de Diciembre de 1956

Capitán (CCC)

Avencio P. Rojas

Contamana, Loreto.

Capitán:

Una vez más debo lamentar que viva en la luna de Paita. Las delegaciones femeninas que visitaron la Unidad de Caballería número 7 Alfonso Ugarte, pertenecen al Servicio de Visitadoras para Guarniciones. Puestos de Frontera y Afines (SVGPFA), organismo creado y administrado por el Ejército y sobre el cual usted y todos los capellanes a mi mando fueron informados por mí hace varios meses mediante la Circular (ccc) número 04606. La existencia del SVGPFA no alegra en absoluto al Cuerpo de Capellanes Castrenses, y todavía menos a mí mismo, pero no necesito recordarle que en nuestra institución donde manda capitán no manda marinero y por lo tanto no queda sino cerrar los ojos y rogar a Dios que ilumine a nuestros superiores para que rectifiquen lo que, a la luz de la religión católica y de la ética castrense, sólo puede ser considerado una grave equivocación.

En cuanto a las quejas que ocupan el resto de su carta, debo reconvenirlo severamente. El mayor

Zegarra Avalos es cu superior y le corresponde a él y no a usted, juzgar sobre la utilidad o inutilidad de las misiones que se le confían. La obligación suya es cumplirlas con la mayor celeridad y eficacia posible. Respecto a las burlas de que es objeto, y que por supuesto deploro, responsabilizo de ellas tanto y quizá más a su falta de carácter que a los malos instintos de los otros. ¿Debo recordarle que a usted compete, antes que a nadie, hacerse tratar con la alta deferencia que exige su doble condición de sacerdote y de soldado? Sólo una vez en mi vida de capellán, hace de esto 15 años, me faltaron el respeto y le aseguro que el atrevido debe estar todavía sobándose la cara. Llevar sotana no es llevar faldas, capitán Rojas, y en el Ejército no toleramos a los capellanes con propensión mujeril. Lamento que por su mal entendida noción de la mansedumbre evangélica, o por simple pusilanimidad, contribuya usted a mantener la abyecta especie de que los religiosos no somos varones enteros y de pelo en pecho, capaces de imitar al Cristo que arremetió a latigazos contra los mercaderes que vejaban el Templo.

¡Más dignidad y más coraje, capitán Rojas!

Su amigo,

comandante (ccc) GODOFREDO BELTRÁN CALILLA,

jefe del ccc de la V Región Militar

– Despierta, Panta-dice Pochita-. Pantita, ya son las seis.

– ¿Se ha movido el cadetito?-se frota los ojos Panta-. Deja tocal baliguita.

– No hables como idiota, que te ha dado por imitar a los chinos-hace un gesto de fastidio Pochita-. No, no se ha movido. Toca, ¿sientes algo?

– Estos locos de los 'hermanos' resultaron cosa seria-agita El Oriente Bacacorzo-. ¿Vio lo que hicieron en Moronacocha? Para meterles bala, carajo.

Menos mal que la policía les está dando una batida en regla.

– Despierte, cadete Pantojita-pega la oreja al ombligo de Pochita Panta-. ¿No ha oído la diana? Qué espela, despiete, despiete.

– No me gusta que hables así, ¿no ves que estoy tan nerviosa con lo del niñito de Moronacocha?-reniega

Pochita-. No me aprietes la barriga tan fuerte, vas a hacerle daño al bebe.

– Pero, amor, estoy bromeando-se estira los ojos con dos dedos Panta-. Se me pega la manera de hablar de uno de mis ayudantes. ¿Te vas a enojar por ese adefesio? Anda, dame un besito.

– Tengo miedo de que el cadete se haya muerto-se soba la barriga Pochita-. No se movió anoche, no se mueve esta mañana. Le pasa algo, Panta.

– Nunca he visto un embarazo tan normal, señora Pantoja-la tranquiliza el doctor Arizmendi-. Todo va muy bien, no se preocupe. Lo único, cuidar los nervios.

Y para eso, ya sabe, ni acordarse ni hablar de la tragedia de Moronacocha.

– Bueno, a levantase y hacel los ejecicios, señol Pantoja-salta de la cama Panta-. Aliba, aliba.

– Te odio, muérete, por qué no me das gusto-le tira una almohada Pochita-. No hables como chino, Panta.

– Es que estoy contento, chola, las cosas van marchando-abre y cierra los brazos, se levanta y se agacha Panta-. Nunca creí sacar adelante la misión que me dio el Ejército. Y en sólo seis meses he progresado tanto que yo mismo me asombro.

– Al principio te fastidiaba ser espía, tenías pesadillas y llorabas y gritabas de dormido-le saca la lengua Pochita-. Pero ahora estoy notando que el Servicio de Inteligencia te encanta.

– Claro que estoy enterado de ese horror-asiente el capitán Pantoja-. Imagínese que mi pobre madre alcanzó a ver el espectáculo, Bacacorzo. Se desmayó de la impresión, por supuesto, y ha pasado tres días en la clínica, bajo tratamiento médico, con los nervios hechos trizas.

– ¿No tenías que salir a las seis y media, hijito?-asoma la cabeza la señora Leonor-. Ya está tu desayuno servido.

– Me ducho en un dos pol tles, mamacita-hace flexiones, boxea con su sombra, salta la cuerda Panta-.

Buenos días, señola Leonol.

– Qué le pasa a tu marido que anda así-se sorprende la señora Leonor-. Tú y yo con el alma en un hilo por lo que ha pasado en esta ciudad y él más alegre que un canario.

– El sequeto es la Blasileña -murmura el Chino Porfirio-. Te lo julo, Chuchupe. La conoció anoche, donde Aladino Pandulo y quedó bizco. No podía disimulal, se le tocían los ojos de la admilación. Esta vez cayó, Chuchupe.

– ¿Sigue tan bonita o ya se desmejoró algo?-dice Chuchupe-. No la veo desde antes que se fuera a Manaos. Entonces no se llamaba Brasileña, Olguita nomás.

– Tumba al suelo de buena moza, y además de ojos; tetitas y pienas, que toda la vida fuelon de escapalate, ha echado un magnífico culo-silba, manosea el aire el Chino Porfirio-. Se entiende que dos tipos se matalán pol ella.

– ¿Dos?-niega con la cabeza Chuchupe-. Sólo el gringuito misionero, que yo sepa.

– ¿Y el estudiante, mamy?-se hurga la nariz Chupito-. El hijo del Prefecto, el ahogado de Moronacocha.

También se suicidó por ella.

– No, ése fue accidente-le aparta la mano de la nariz y le alcanza un pañuelo Chuchupe-. El mocoso ya se había consolado, venía otra vez a Casa Chuchupe y se ocupaba con las chicas de lo más bien.